Hace unos días vi un interesante documental protagonizado por Robert Sapolsky, considerado por muchos neurocientíficos como “la eminencia” en el estudio del estrés y sus consecuencias. Comenzaba así: ”Es la pesadilla de todos. Enturbia nuestras mentes, nos priva del sueño y amenaza nuestro equilibrio…”.
El estrés es algo tan común en nuestra sociedad que hasta nos hace sentir expertos en ello, no obstante conviene tener presente su origen, manifestación y consecuencias para fomentar la actitud mental del cambio e incorporar hábitos en nuestro estilo de vida que minimicen su impacto.
La respuesta de estrés se ha desarrollado casi desde nuestro origen, para responder a las amenazas físicas del entorno, se activaba por un período limitado de tiempo y servía para sobrevivir bien huyendo, bien enfrentándose. Hoy en día las amenazas son psicológicas (interpretaciones, preocupaciones, estilos de pensamiento,..) y sociales (se lo crean unos a otros), quizá de aparente menor intensidad pero con frecuencia casi permanente. Como nuestra defensa ante ello no ha evolucionado demasiado, nos encontramos teniendo las mismas respuestas que si fuéramos a salir zumbando de un momento a otro, por el ataque de cualquier depredador…
¿Cuál es el resultado?
Que mantenemos una serie de sistemas fisiológicos activados pues “nuestro león nunca desaparece”, lo cual supone un desgaste orgánico permanente que lleva al deterioro.
¿Qué es lo que se activa?
Esa respuesta de supervivencia supone la activación de un sistema hormonal (adrenalina, cortisol), que favorece la resistencia y energía necesaria para sobrevivir. Cómo se prepara el cuerpo para la acción:
- – aumenta la presión sanguínea para producir esa energía extra (riesgo para la hipertensión arterial)
- – pulmones y corazón se sobresfuerzan para bombear mayor cantidad de oxígeno (resto de riesgos cardiovasculares)
- – la masa muscular se tonifica pues se prepara para activar el cuerpo (causa los trastornos músculo-esqueléticos: alteraciones óseas, pinzamientos, contracturas, etc)
- – se paralizan todas las actividades fisiológicas no esenciales para la supervivencia: inmunológicas (aparición de úlceras, erupciones cutáneas, alteraciones intestinales, etc..), digestivas, fertilidad (dificultades de fecundar bajo tensión sostenida). Como dice Sapolsky: ”Cuando se corre para salvar la vida no hay tiempo para ovular, cicatrizar heridas o cosas por el estilo. Se hace después, si es que hay un después”.
En la actualidad, desactivamos poco la respuesta de estrés por lo que en consecuencia vivimos ahogados en nuestro baño de hormonas y que afectan sistemáticamente a nuestros órganos en particular a aquel frente al que somos más vulnerables, el órgano diana del estrés: estomago (ulceras, molestias gástricas), cabeza (cefaleas tensionales, pérdida de memoria, atención, ..), piel (erupciones, manchas,..), sistema muscular (contracturas, dolor espalada, ..), sistema inmune (resfriados frecuentes, infecciones,..), etc..
¿Qué debemos hacer?
El estrés sería muy útil si nos estimulara para una actividad concreta y con duración determinada. De modo que hay aprender a manejarlo a nuestro favor, desarrollar estrategias de control y previsibilidad, identificar su respuesta y aprender a cortocircuitarla en cualquier momento del día.
Supone un paso de gigante si para la desactivación del estrés, tenemos incorporados eficaces hábitos que supongan una nutrición favorecedora y movimiento estratégico para minimizar su nocivo impacto fisiológico…
¿Te animas a desactivar tu respuesta de estrés?
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